domingo, 20 de agosto de 2017

Cafuné

Y de repente: tú. Con tus risas y tus miedos. Con tu particular forma de echar la cabeza para atrás cuando ríes a carcajadas. Ese modo en que consigues sacarme una sonrisa incluso en los momentos más duros.
Tú, con tu lista interminable de virtudes y defectos, y aquellas cualidades que, tras años en mi vida, sigo desconociendo.
Tú, que consigues que note tu ausencia. Que me recuerdas mis defectos y te ríes de ellos, y consigues que -sorprendentemente- no me enfade por ello.
Tú, y tus intentos de recomponerme cuando me rompo. Que haces que los lunes tengan un poco más de viernes, y que los problemas parezcan un poco menos amargos -como el café sin azúcar y tu manía de afirmar que es mejor-.
Que, sin saberlo (tampoco mintamos, ahora lo sabes), has conocido todos los rincones en que me escondo. Incluido éste.
Tú, que cambias todos mis planes y haces que me plantee logros más lejanos.
Que sí. Que no. Que tal vez y puede que nunca.
Tú, que tienes la capacidad de hacerme sentir como en casa a pesar de que todo parezca derrumbarse.

Y de repente tu. Y yo. Y cualquiera capaz de hacer sentir a otro. Que sumas y no restas. Que consigues mejorar(me) día a día.
Gracias.



Tú. Ese poema que jamás osaré escribir.