miércoles, 16 de octubre de 2013

16 de octubre

Algo en sus profundos ojos marrones me decía que no era tan malo como parecía.
Sus brazos se convirtieron en uno de mis lugares favoritos de este mundo, en una lista encabezada por las sonrisas más cálidas que jamás había visto.

Nunca podré decir si fue una opción el hecho de dejarse llevar, no luchar contra la corriente, dejar que ocurriese lo que debía ocurrir. Porque nada era seguro, pero valía la pena conducir.



Parecía que los tres metros sobre el cielo se nos quedaban cortos, aunque luego la caída fue mucho más grande.
Pero era de esperar.