Se encendió un cigarro e inhaló la primera calada, sin apartar la vista del infinito.
Comenzó a tararear una canción, quien sabe cuál, mientras trazaba círculos sobre mi espalda con la yema de los dedos, en una caricia que se asemejaba al tacto de una pluma.
Luego clavó su vista en mi, a la vez que deslizaba sus dedos por mi pelo.
Me dijo:
-Y si algún día vuelves a perderte, recuerda que eres aquella que te observa desde el otro lado del espejo.
Y yo, abrumada por aquel sentimiento, solo fui capaz de responderle una sonrisa.